Por Jorge Mosner
El
ámbito del alma tiene sus vampiros. George Steiner
Analista -dice Freud- es quién puede interpretar sus propios sueños. Es
decir: develar el deseo del sueño. Se puede decir también, que es analista
aquel que tiene convicción sobre el inconsciente. Ya sea el inconsciente
lacaneano, que se abre y cierra, y está estructurado como un lenguaje o,
simplemente, el inconsciente freudiano. Es el inconsciente que nos vence.
Esa es la convicción, no se trata de un convencimiento ideológico, doctrinal o
dogmático. La formación psicoanalítica no es una formación universitaria, no se
trata de conocimientos formales. Puede haber expertos en teoría psicoanalítica,
pero no psicoanalistas sensu estricto. La diferencia le parece pequeña
al distraído, pero consiste sencillamente en esta experiencia que es atravesar
un análisis.
Por lo tanto, no se trata de una convicción permanente, sino renovada
en cada ocasión en que el inconsciente emerge sorpresivamente, cada vez que nos
sorprende, que nos atrapa, que estalla. En primer lugar la emergencia de mi
propio inconsciente, sancionado en la intervención de mi analista, y luego el
inconsciente del paciente también me sorprende, mi intervención, mi
interpretación me interpela. De ese modo, ocasión tras ocasión, se va
sedimentando la convicción de la existencia del inconsciente como doctrina.
Pero -recordemos- Freud recomendaba
la reanudación del análisis de los analistas, entre otros motivos para
renovar la convicción. Esto es: el psicoanálisis no se sostiene como pedagogía.
Se trata, entonces, de haber sido vencidos: la experiencia de que se nos ha
presentado el inconsciente de forma irrefutable, sin que pudiéramos evitarlo.
Somos convictos del inconsciente, presos de las pruebas de su existencia. Por
eso una persona puede saber teóricamente mucho de psicoanálisis, puede haber
estudiado mucho los textos, pero sólo la experiencia del análisis hace un
analista, genera convicción de la existencia del inconsciente. La experiencia
del diván es el schibollet del psicoanalista.
La resistencia, desde esta perspectiva, es una fuerza que se opone a la
convicción([1]).
Cuando el inconsciente se patentiza como formación sustitutiva (síntomas,
inhibiciones) o como fenómeno de
la psicopatología de la vida cotidiana
(formación del inconsciente) sobreviene la convicción, el inconsciente
me vence. O hay resistencia: deniego, justifico, racionalizo, explico,
escabullo, etc. La resistencia, si bien es un término que proviene de la
Física, en nuestra disciplina se ha transformado en una “medida” que se mide en
la transferencia, específicamente: se mide, subjetivamente, en el analista. Que
“la resistencia es resistencia del analista”, o que “no hay más resistencia que
la del analista” quiere decir que es el analista quien determina, en el
escenario de la transferencia, cuanta relevancia tiene la oposición del Yo al
Inconsciente. Es decir: resistencia es la pretensión del yo de sostener su
integridad, orgulloso saber y fortaleza por encima de la verdad que el inconsciente
le lanza. Pero el “defecto” de la resistencia es que expresado en palabras o en
acto, le da una nueva oportunidad al análisis y al analista... siempre y cuando
sometamos esas palabras o ese acto al análisis.
Recién usamos la expresión “escenario de la transferencia” para
metaforizar o parangonar -como lo hace Freud- la escena teatral con la escena
analítica. De paso digamos que la palabra teatro está emparentada
etimológicamente con teoría, que en griego quiere decir contemplar, es decir:
la teoría es una contemplación, una observación que incluye sus efectos en
quien contempla.
Convicción y Resistencia se juegan en esta particular escena, la
transferencia, artificio montado a los efectos de hallar determinaciones de
nuestro ser, considerándolo como camino de la cura, caminos de libertad de la
palabra y reconocimiento de nuestro deseo confrontado con nuestras aspiraciones
ideales, si suponemos neurótico al psicoanalista.
La convicción nace en la transferencia. Como el concepto de
transferencia es de público conocimiento, avanzaremos en lo que podríamos
denominar transferencias institucionales. Si la transferencia es el obstáculo
al análisis, que de ser advertido se transforma en su instrumento y poderoso
aliado, ocurre otro tanto en esas transferencias que tienen como tema las
instituciones y los vínculos que en ellas se tramitan. La institución a la que
pertenece el candidato y el analista brinda “restos diurnos” privilegiados para
armar transferencias: cuestiones endogámicas, fantasías incestuosas, fervorosos
celos, odios y amores tempestuosos que asedian con angustia al paciente... con
lo que se las tiene que ver el analista didáctico, pues se trata de su propia
institución-familia. Una vez más la transferencia es un escollo, una
resistencia, y también punto de partida del develamiento y motor del análisis.
Pero la resistencia
-dijimos- es una medida en el analista, luego, también la institución
puede ser un objeto resistente al análisis. Más aún tratándose de análisis que
atañen a la institución, siendo nosotros agentes, didácticos, de la
institución. La paradoja ante la que nos encontramos es la endogamia… a
elaborarse en familia.
El análisis que podemos brindar al candidato tiene los límites de
nuestro propio análisis, de nuestra propia capacidad de reconocimiento del
inconsciente, acotado por los puntos ciegos o escotomas, y como de escucha se
trata los llamamos puntos sordos. El análisis propio es base de la abstinencia,
sólo desde la perspectiva despejada de nuestros propios complejos, podemos
abstenernos; discriminar paciente de analista, transferencia de
contra-transferencia, hagas lo que hagas, pienses lo que pienses de la
contra-transferencia.
Debemos
hacer presente una vez más que análisis significa desagregar, deconstruir,
romper en pedacitos lo que el yo fatuo pretende tener entero y sin mácula. La
abstinencia, expresión que condensa la idea de un cierto dominio de las
tendencias incestuosas, se logra por medio del análisis del analista, su
derivado directo es el autoanálisis, y la eventual ayuda de la supervisión. Si
no hay autoanálisis
-insistimos- derivado del análisis, no podemos saber quién es el
paciente en lo inconsciente del analista, y como consecuencia la escucha
analítica estará perturbada, pues no se distingue quién es quién. Se perturba
el análisis del paciente, y, más
aún: queremos señalar especialmente que el propio analista queda perturbado, la
contra transferencia lo inunda, lo angustia, lo enferma, lo accidenta, etc. Es
decir: se producen identificaciones que cobran dominio sobre la vida mental del
analista. Estamos hablando de resistencias, que no son inocuas y tienen
incidencia en la vida real, cotidiana del analista. En nuestro trabajo se despiertan
los perros dormidos, se levanta la perdiz de nuestros complejos inconscientes
que quizás hubieran permanecidos enterrados si ejerciéramos la abogacía,
carpintería o la ingeniería naval. El analista tiene inconsciente con las
mismas leyes del proceso primario de los pacientes y / o candidatos. Freud
denominó pensamiento mágico animista a los efectos de ese sistema (Tótem y
Tabú).
Ahora
queremos pensar un poco en la expresión didáctico, que significa el arte
de enseñar. Algo se enseña en un análisis, hay un cierto exhibicionismo
inevitable e involuntario del analista que expone ante el paciente-candidato
una construcción, una interpretación, con una inflexión que le es personal,
característica, y en el mejor de los casos puede decirse que es su estilo.
Entonces el paciente leerá tanto en el calculado silencio como en las palabras
del analista no sólo el valor específico de su intervención, sino aquello que
excede lo que la intervención manifiesta: un cierto saber sobre el
funcionamiento psíquico, un modo de reflexionar, las marcas de su estirpe
intelectual, sus preferencias estéticas, su erotismo, sus ambiciones, su forma
de afrontar la angustia, etc. En suma, podría decirse: no hay quien sepa más
del analista que su paciente.
La identificación es un concepto que puede
ayudarnos en esto que designamos bajo el rubro didáctico, porque es una
vía sine qua non de toda transmisión o enseñanza. No hay transmisión sin
identificación, preferentemente la que llamamos identificación histérica
(capítulo VII de Psicología de las masas...) aún cuando idealmente
quisiéramos desechar sus efectos, a lo sumo podremos restringirla o limitarla,
si la hacemos pasar por el análisis.
Dar cuenta de las identificaciones en el
análisis del candidato es reconocer que la transmisión en la transferencia
tiene efectos colaterales, producto de lo que Levy-Strauss llamó “la eficacia
imaginaria” (Antropología Estructural). No olvidemos que para Freud la
imagen es siempre del cuerpo (corroborar en Introducción del Narcisismo).
A esta situación se refiere Lacan cuando menciona este fenómeno en La
Dirección de la Cura... cuando dice que el paciente camine igual que el
analista damos por sentado que así sea sin que origine una pregunta, y diríamos
esa pregunta tiene que ir dirigida a las condiciones sexuales de esa
identificación. Dice con ironía: “...pensad qué testimonio damos de
elevación del alma al mostrarnos en nuestra arcilla como hechos de la misma que
aquellos a quienes amasamos”.
Nos parece adecuada la palabra transmisión (tradendere
en latín) porque expresa una vivencia que sólo puede darse en el análisis,
escenario fundante y fundamental de la transmisión analítica y que, luego,
puede desplazarse, translatio([3])
a otras experiencias asociadas. Y también podremos encontrar algo de la
sorpresa, algo de la conmoción, de este quedar desiderado que deja como
resultado una cierta sedimentación de la convicción de la presencia del
inconsciente. La transmisión también es, entonces, en transferencia, en primer
lugar con el analista, luego con el supervisor y los textos que son derivados o
desplazamientos, es decir: “objetos” de la transferencia.
En el seno de la sociedad analítica se producen algunas situaciones que
afectan la transmisión, o mejor dicho se entrelazan o quizás forman parte de
ella, y es sobre estas cuestiones que tenemos que hablar los psicoanalistas:
celos y rivalidades entre analistas didácticos, el candidato como objeto en
disputa, voracidades, mendicidad, escatología, ansias desmedidas de poder,
engreimiento, desconocimiento del prójimo, ataques psicopáticos entre colegas,
etc. Que se produzcan estas situaciones por cierto no nos asombra, no podría
ser de otro modo...tratándose de una familia, pero asombra que en el seno de
una sociedad de analistas tienda a ocultarse y negarse estos fenómenos. La
transmisión se articula con la ética, y debe ser nuestra ética dar cuenta de
estas situaciones, psicoanalizar la institución.
El desasimiento de la autoridad parental es una
operación necesaria para el desarrollo individual y se sustenta en la
confrontación generacional. De ese modo se produce el crecimiento y
sostenimiento de toda sociedad. Esto nos dice Freud en La Novela Familiar
del Neurótico. ¿No son estos mismos movimientos de oposición los que dan la
condición de posibilidad de una sociedad psicoanalítica? ¿No es acaso necesaria
la renovación y el ímpetu de los más jóvenes? ¿Podemos prescindir del
enriquecimiento que traen sus ideas y sus fuerzas?
Analistas viejos quieren conservar su poder,
analistas jóvenes quieren dar muerte a los padres tiránicos. Alianzas
fraternas, deseos incestuosos, tumultuosas pasiones exigen elaboración. La
sociedad analítica enfrenta el desafío de la convivencia, la atenuación de los
narcisismos, la lucha por las ideas, la aceptación de las incertidumbres, etc.
Dice el crítico y filósofo George Steiner, en Lecciones de los Maestros,
que hay tres modelos de relación entre quienes enseñan y quienes son los
discípulos, a saber: maestros que se comen a los discípulos, discípulos que destruyen
a sus maestros, y una tercera variedad donde prima el amor mutuo. Curiosamente
este autor, que no es psicoanalista, dice que este vínculo entre el que
transmite y el que recibe una enseñanza se circunscribe a las posibilidades
edípicas de los sujetos en cuestión.
¿Que importancia tiene la traditio, la
tradición, que quiere decir “lo que ha sido entregado”? Puesto que la
estabilidad y tranquilidad que dan las tradiciones forman parte de la vida
institucional, son importantes en toda familia: lo que se llama el respeto de
las tradiciones. ¿Y qué es la traición? Son alteraciones, irrespetuosidades a
la tradición. Algunas veces
la traición es un aspecto de la oposición generacional. Lo que el viejo lee
como traición, en la perspectiva del joven, del discípulo, puede ser la
condición vital de su libertad.
La convicción, la transmisión, la tradición, la traición, la ética son
cuestiones que consideramos deben ser auscultadas considerable y
permanentemente en la institución.